Nos resulta tan difícil aceptar las cosas que nos duelen, que solemos buscar pretextos para quitarle validez y continuar con nuestra vida. Esta situación nos mantiene presos de una zona de confort, sin poder enfrentar lo que realmente nos hirió.
Hoy por la mañana me encontraba en el auto yendo hacia mi trabajo, pensando en una charla que había tenido la tarde anterior. Fue con esas personas que tenemos la confianza para permitirnos abrir nuestros sentimientos y hablar de cuestiones que, quizás con otras personas, nos daría pena decirlas. Me contaba los problemas que había tenido en su infancia con los padres, principalmente con su padre, y cómo eso repercute en la forma de accionar con sus parejas aun hoy.
En una primera reacción, pensé que las cosas por las cuales he pasado en mi infancia, no fueron tan graves como las que me pudo contar. Que debía agradecer la suerte que tuve en muchos aspectos. Pero luego empecé a cuestionarme el pensamiento de tener que comparar una infancia con la otra persona para poder validar, o no, el nivel de sufrimiento que pude haber tenido. En todo caso, esa infancia me hizo lo que soy hoy. Esa herida que me ha marcado en mis primeros años, es la que condiciono mi accionar en el correr de los años posteriores. Seguramente, las carencias que puede tener otra persona son los beneficios que he tenido o al revés para el que ve mi vida desde afuera. Algunos podrán pensar "Bendito sea el que tuvo exceso de dinero en su infancia" pero quizás ese niño hubiera cambiado todo ese dinero, por tiempo y afecto con sus padres.
Pienso que esta forma de pensar también es un mecanismo de defensa que nos ponemos para decir “lo mío no es tan malo” o como la vieja frase de “mal de muchos, consuelo de tontos”. Pero también es una forma de esquivar el poder enfrentarnos con eso que nos duele y poder sanarlo, diciendo que al final no era algo tan grave y no debo prestarle tanta atención. Es como cuando nos duele la garganta o comenzamos con un resfriado, pero decimos “no es tan grave como para ir al médico”, hasta que se termina convirtiendo en una gripe.
Hoy estoy transitando ese camino de sanar mi herida. Trato de no juzgar ni comparar la infancia y las heridas que han tenido otros. Simplemente son las lecciones que tenemos que pasar en esta vida que hemos elegido transitar, para trascender esa espina que nos está pinchando.
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